¡Hola! Mi nombre es Adrian. Soy un chico flacucho de dieciocho años recién cumplidos, de cabello negro alborotado, uso gafas y todavía tengo algo de acné en la cara. Pese a esto, algunas compañeras con las que he salido me consideran lindo y aunque he logrado acostarme con algunas chicas, tampoco serían tantas experiencias sexuales como me hubiera gustado antes de “esto”.
Lo que estoy por narrarles, son libres de no creer que pasa, vamos, que si a mí no me hubiera pasado yo tampoco lo creería. No busco que me crean, simplemente quiero dejar por escrito lo mejor que me ha pasado en mi vida y tal vez, sentir que pudo presumir esto.
Ok, no te aburro más y paso al contexto: Mi mamá murió cuando yo era muy chico y durante una temporada nos mantuvimos solo él y yo hasta que hace un par de años, se volvió a casar con una terapeuta. La verdad no sé qué le vio a esa mujer, ¿recuerdas a la mamá de Leonard de The Big Bang Theory? Básicamente esa es mi madrastra. Como sea, como parte de los arreglos nupciales, mi madrastra pidió que nos mudáramos a su departamento, ya que ahí también tenía su consultorio y mi papá claro, aceptó.
Para mí esto fue una mala idea. El complejo de apartamentos, si bien bastante lujoso, estaba en una zona bastante alejada de la ciudad y por lo tanto, salvo una tienda de conveniencia, no tengo absolutamente nada cerca para entretenerme. Durante los últimos meses, mi única esperanza de escapar de este tedio había sido que mi papá respetara una de nuestras tradiciones: ir juntos en las vacaciones de verano a algún lugar interesante… ¡pero oh sorpresa! Un viaje de negocios le salió a mi padre y bueno, se canceló nuestra tradición.
Y ahí estaba yo, muriéndome de aburrimiento en ese enorme departamento mientras que mi madrastra había salido a atender una consulta hasta el otro lado de la ciudad.
Aburrido, decidí mejor ponerme a explorar la casa y mi caminata me llevó hasta la habitación que mi madrastra usaba como consultorio; si has visto el consultorio de un psicólogo, ya habrías visto el de mi madre. ¿Violación a la privacidad?
Sé que no debería, pero me puse a esculcar sus cosas. Tal vez, pero mi madrastra todavía no se ha ganado ese nivel de respeto de mi parte. Aún así, no me arrepiento, porque encontré oro: al fondo de un cajón de archivos, encontré un viejo cuaderno que parecía estar en un mal intento de ocultarse. Lo tomé y empecé a hojearlo y… no pude creer lo que veía.
Les juro que no me podía creer lo que detallaban esas notas, sin embargo, la calentura que me provocó lo que ahí decía, más el aburrimiento que tenía por estar atrapado en este edificio, me provocó ir a darle una oportunidad.
Cerré la libreta, la guardé de nuevo en su escondite y salí de inmediato a ver a la vecina que vive al lado de nuestro departamento, una de las pacientes de mi madrastra. Toqué la puerta, esperé y entonces, ella salió, Daniela. Una mujer de unos veintitantos, algo gordibuena para gustos de algunos, pero para mi gusto, esos kilitos de más le hacían ver mejor, con sus tetas todas redondas, sus caderas de infarto, grandes glúteos, un cabello castaño largo y una carita de bebé que aumentaba su sex appeal.
—Hola Adrian —me saludó con su voz angelical—. ¿En qué te puedo ayudar?
La emoción, la calentura y los nervios se aglutinaron en mí al punto de que no supe qué hacer, hasta que al fin decidí decir algo:
—Té de purpura.
Me quedé como piedra al escuchar la tontería que había salido de mi boca, mi cerebro comenzó a trabajar a toda máquina para pensar en algo qué decir para excusar esta tontería, pero toda actividad se detuvo cuando vi lo que pasaba frente a mí:
Daniela había perdido su sonrisa, ahora tenía una expresión vacía en el rostro y su cuerpo, se había puesto un poco rígido.
Estaba a punto de preguntarle si todo estaba bien cuando ella dijo:
—Escucho y obedezco, ama.
Se me fue el aire. En la libreta de mi madrastra, esta tenía notas de terapias que había tenido con diferentes mujeres dentro del edificio de departamentos, pero no cualquier clase de terapia: hipno terapia. En las notas, mi madrastra detallaba que había sometido a estas pacientes a tal grado de hipnosis, que con una frase gatillo podía regresarlas a ese estado de trance en el que eran extremadamente obedientes, y por supuesto, mi madrastra no usaba a estas mujeres bajo trance para algo tan mundano como lavar platos.
Y ver a Daniela reaccionando así con la frase gatillo que mi madrastra le había metido en la cabeza, me hizo creer que lo escrito en la libreta podría ser verdad.
Tragué saliva y a causa de los nervios y la emoción, tartamudee un:
—¿Pu-puedo pa-pasar?
Daniela se hizo a un lado y dijo:
—Adelante, ama.
Pasé al departamento y mientras Daniela cerraba la puerta tras de mí, reparé en que ella me decía “ama”, lo que confirmaba que mi madrastra usaba a estas pacientes como esclavas. Aunque claro, si podía hacer que ellas me obedecieran, poco me importaba como me llamaran.
Ya en privado, me giré para ver a Daniela, quien seguía con su cara inexpresiva y con su cuerpo algo rígido. Esa visión, sumado al aroma a sudor femenino que pululaba el departamento, me hizo mandar al diablo las sutilezas, y me arrojé contra Daniela.
La tomé por la cadera para atraerla hacía mí y empecé a besarla en los labios, beso que ella regresó aunque de forma un tanto mecánica, mientras que mis manos empezaban a bajar hasta sus gordos muslos para empezar a acariciarlos y a apretujarlos, mientras que ella, se limitaba a pasar sus manos por mi espalda.
La situación era tan cachonda, que tenía mi verga estaba ya tan dura que me dolía, así que sabía lo que quería hacer.
—Hazme un oral —le ordené.
Al principio Daniela se mostró un poco confundida, y entonces reparé en que a lo mejor tendría problemas en discernir qué era lo que tenía qué hacer si hasta el momento era una mujer la que la había estado usando como un juguete sexual, pero pronto ella reaccionó y dijo:
—Sí mi ama.
Se puso de rodillas y empezó a desabrocharme el pantalón para liberar mi verga y mientras ella lo hacía, primero me quité la playera para después ayudarla en la tarea de liberar mi pequeño monstruo.
Cuando mi pene estuvo libre y cayó sobre la cara de Daniela, esta lo miró un poco perplejo, pero de inmediato supo qué hacer: lo tomó con su mano (la cual era muy suave) y se lo llevó a la boca, conmigo sintiendo la excitación de sentir el calor y la humedad de esa cavidad dándole placer a mi “amiguito”.
Mientras Daniela continuaba ateniendo mi pene, yo me las arreglé para terminar de sacarme la ropa y una vez hecho eso, me pareció injusto que yo fuera la única persona que estuviera desnuda en la sala, así que usé toda mi fuerza de voluntad para sacar mi verga de la boca de Daniela, que se sentía muy rico, y retrocedo unos pasos hasta el sillón.
—Quítate la ropa, con un baile así muy sexy —ordeno mientras me siento en el mueble.
—Sí, ama.
Dice la hipnotizada mujer mientras se pone de pie. Empieza a mover sus caderas de forma muy sensual al ritmo de una canción que supongo solo puede escuchar en su cabeza, primero se saca la blusa y con esta, se la arregla para llevarse el sostén, dejándome a la vista sus tetas blancas de pezones ya erectos de color marrón claro.
Esa visión basta para que empiece a masturbarme con locura, pero lo mejor viene después: Daniela se gira y empieza a desabrocharse el short, se inclina un poco hacia adelante para dejar toda la vista a su culo y se baja el short con todo y bragas, dejando a la vista sus grandes glúteos, y una pequeña vista de sus labios vaginales.
Con el shot en el suelo, se lo termina de sacar levantado la pierna y se gira hacía a mí, regalándome una vista de su vientre hasta eso que plano, y su coñito perfectamente depilado, continúa moviendo las caderas de forma sensual mientras se pasa las manos por el cuerpo de manera provocativa.
Con la polla tan dura que me duele, le digo:
—Ven y móntame.
—Sí ama —responde Daniela mientras se acerca a mí en su desnudez y se sube al sillón, colocándose justo encima de mi polla. La toma con su mano y empieza a bajar su cadera hasta que mi glande se besa con sus labios vaginales, y siento como esa boquita me empieza a engullir hasta que al fin toda mi carne desaparece en ella, y una vez logrado esa, ella se empieza a mover de arriba hacia abajo para empezar a darme placer.
La sensación que estoy experimentando es única, no solo por el sexo con una mujer tan atractiva, sino también por el saber de que esta diosa del sexo está bajo mi completo control sea por lo que sea que mi madrastra le haya hecho. Así, que no pierdo mi tiempo y la tomo de las nalgas para tener de donde agarrarme y empezar a deleitar mi boca con los pezones de esa majestuosa mujer. Y mientras mordisqueo uno de sus pezones y siento como se va preparando el orgasmo para llenar el coño de esta hembra con mi leche, empiezo a fantasear con las otras mujeres del edificio, mientras trato de elegir cuál va a ser la siguiente fruta que voy a probar.
Afterwords: Este relato fue sugerido por uno de mis mecenas en Patreon, y después se volvió el ganador en la encuesta de idea para volverse relato. Si tú también quieres participar en esta dinámica, ¡apóyame por allá! :D
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